La disciplina del predicador

La disciplina del predicador

Notas del libro: La predicación, puente entre dos mundos, de John Stott

 

Janina Barrios

 

El autor nos lleva a reconocer que a menos que seamos disciplinados y establezcamos una rutina de estudio seria de la Biblia y otros textos, no seremos los predicadores que hemos sido llamados a ser.

 La importancia del estudio

El sermón que nace del estudio tiene una cualidad fresca y vital; no obstante, sin el estudio nuestra vista se nubla, nuestro aliento se vicia y nuestro tacto se entorpece.

Mientras mejor sea nuestra visión del Evangelio, más laborioso y concienzudo debe ser nuestro estudio de él. Si este libro es realmente la Palabra de Dios, ¡entonces afuera con la exégesis descuidada e indiferente! Debemos darnos el tiempo de penetrar el texto hasta que rinda sus tesoros. Solo cuando hayamos absorbido su mensaje nosotros mismos, podemos compartirlo con otros confiadamente.

Nuestra responsabilidad como predicadores es explorar los territorios a ambos lados del abismo; el texto bíblico y la escena contemporánea, hasta familiarizarnos completamente con ellos. Solo entonces discerniremos la relación entre ellos y seremos capaces de hablar con sensibilidad y corrección acerca de la Palabra divina que se relaciona con la situación humana. Dicha exploración implica estudio.

Antes que Ezequiel estuviera listo para hablar la Palabra de Dios al pueblo, tuvo que devorarla y digerirla él mismo. Dios le dijo: “Hijo de hombre, cómete este rollo escrito, y luego ve a hablarle a los israelitas”.

El estudio de la Biblia debe ser completo

Un hombre no cumple con los requisitos para ser predicador de la Palabra si hace excursiones semanales al buen libro, con el fin de descubrir algún pretexto para relacionar ciertas observaciones inconexas sobre los hombres y el acontecer presente. El sumergirse esporádicamente en las Escrituras no es suficiente. Tampoco debemos limitarnos a nuestros pasajes favoritos. Tal conocimiento y uso selectivo de la Escritura es parte del juego del diablo.

Si esperamos que nuestra congregación desarrolle una mentalidad cristiana, debemos desarrollarla nosotros mismos. La única manera de hacerlo es empapar nuestra mente en las Escrituras. Comprender la Biblia debe ser nuestra ambición.  Esta idea de empapar la mente en las Escrituras fue un secreto fundamental de los predicadores poderosos del pasado. Orígenes, el más grande estudioso de la iglesia primitiva parece haber tenido toda la Escritura disuelta en su mente. Los sermones de Crisóstomo contienen 7.000 citas del A.T y 11.000 del N.T.

El estudio de la Biblia debe ser abierto

Así como nuestro estudio de la Biblia debe ser completo también debe ser abierto. Debemos desear verdaderamente escuchar la voz de Dios y prestarle atención por medio de nuestra lectura bíblica sin distorsionar su significado o eludir sus desafíos.

Es necesario transportarnos al pasado mediante el uso de nuestro conocimiento e imaginación; dirigirnos hacia el contexto del escritor bíblico, hasta comenzar a pensar lo que él pensó y sentir lo que él sintió; ser auto-críticos con respecto a nuestro propio corazón y mente porque la mente con la cual reflexionamos acerca de la Biblia está llena de prejuicios culturales y debemos estar conscientes de nuestro prejuicio cultural. Al dirigirnos a la escritura, ella se dirige a nosotros  y descubrimos que nuestras presunciones condicionadas por la cultura son cuestionadas y nuestras preguntas son corregidas. De hecho, nos vemos obligados a replantear nuestras preguntas anteriores y a preguntas nuevas. Así prosigue la interacción viva. Al hacerlo, nuestra comprensión de Dios y de su voluntad y nuestra fe y obediencia crecen y se profundizan continuamente.

El estudio de la Biblia debe ser expectante

No podemos llegar a nuestra lectura diaria sin una expectativa animada de que Dios nos hablará. Por tanto, es necesario que nos presentemos delante del Señor cada día como Samuel y digamos: “habla que tu siervo escucha” (1 Samuel 3:10). Es necesario que la escudriñemos como a tesoros, porque entonces comprenderemos y hallaremos el conocimiento de Dios (Prov. 2:3-5). El Señor honra este espíritu de expectación anhelante y decidida, de modo que si nuestro apetito es débil, él lo haga mayor, y si nuestro corazón ha enfriado, él lo vuelva a encender con la llama de la expectativa.

Los libros son el equipo indispensable del predicador.

Son pocas las verdades o herejías nuevas; la mayoría son una repetición de ideas antiguas.

En toda esta lectura nuestro objetivo no es en primer lugar la acumulación de conocimientos, sino el estímulo para pensar en forma cristiana.

Un predicador de profunda formación es en primer lugar un ser humano, familiarizado con otros seres humanos, y luego un estudioso, familiarizado con las bibliotecas.

Hemos de escuchar, observar y leer, ver obras de teatro, películas y televisión, y convocar grupos que nos ayuden en nuestro intento por comprender la sociedad humana en la cual y a la cual están llamados a exponer la Palabra de Dios.

El predicador debe ser como una ardilla, y aprender a recolectar y guardar material para los días de invierno futuros.

Necesitamos arrepentirnos constantemente y renovar nuestra resolución de disciplinar nuestras vidas y nuestro calendario. Solo una visión constantemente fresca de Cristo y su comisión puede rescatarnos del ocio y mantener nuestras prioridades en perfecto ajuste. Como fruto de nuestro acucioso estudio, nuestra predicación será fresca, fidedigna y pertinente, y al mismo tiempo será fácil de entender para la gente.

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