Cristianos fracasados y restaurados

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Promesa del evangelio: Restauración y reconciliación

 

Todos hemos sentido temor al fracaso. Tememos perder un examen, un negocio o una amistad. Nos tiemblan las piernas al pensar que podemos errar en el ministerio, hacer un mal trabajo o no ser buenos padres. Es una sensación horrible que golpea directamente al centro de nuestro ser trayendo culpa, frustración y desesperanza.

Quizás por eso podemos identificarnos con Pedro, un discípulo determinado y entregado al Señor, pero que falló una y otra vez. Sus momentos de fracaso son memorables, ¿cierto? Tal vez recuerdes el más conocido, cuando afirmó con una firmeza admirable: “Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora mismo? ¡Yo daré mi vida por Ti!” (Jn 13:37), pero luego, solo unas horas después, lo encontramos negando a Jesús en tres ocasiones con el fin de salvar su propia vida (Jn 18).

Al igual que Pedro, todos hemos experimentado no solo el temor al fracaso, sino que en efecto hemos fracasado una y otra vez en nuestro caminar con Dios. Hemos prometido con determinación en nuestro corazón ya no volver a pecar en alguna área de nuestras vidas, pero poco tiempo después estamos fallando… una vez más.

¿Acaso hay esperanza de restauración para alguien que ha negado a Dios? ¿Habrá una luz de esperanza para el cristiano que fracasa? La respuesta es un amoroso, profundo y constante . La vida de Pedro no solo nos recuerda nuestros fracasos, sino que también nos enseña sobre la gracia restauradora de Cristo.

Restaurados por la gracia de Dios

Después de que Jesús murió (¡y resucitó!), los discípulos estaban pescando en el mar de Galilea, tal como Él les había dicho (Jn 21:1-3; cf. Mr 14:2816:7).

Jesús los observó desde la playa mientras ellos intentaban pescar, aunque sin suerte. Entonces, a la distancia, les dio instrucciones sobre dónde echar la red. Ellos obedecieron, aún sin reconocerlo. Al ver la pesca abundante, se dieron cuenta de inmediato: “¡Es el Señor!” (v. 7). En ese instante, Pedro saltó al agua para encontrarse una vez más con su Salvador.

Cuando llegaron a la orilla, Jesús les preparó pescado y pan, y desayunaron juntos. ¿Puedes percibir lo que está pasando? Después de que estos hombres huyeron y lo abandonaron en el peor momento, Jesús los busca para prepararles un desayuno que nos habla de su amor. Ellos no lo merecían en absoluto, pero Él así lo quiso.

Seguramente tú también has fracasado y abandonado al Señor más de una vez. Quizás te sientes indigno o demasiado lejos para ser alcanzado de nuevo por su gracia. Sin embargo, este desayuno divino nos recuerda que la vida cristiana no se trata de ti; no es por tus méritos ni por lo insignificante u horrendo de tu pecado. Aunque sintamos que estamos un millón de pasos lejos de Dios, lo hermoso de la gracia es que nos recuerda que Él está a solo un paso de encontrarnos y abrazarnos nuevamente.

Restaurados para amar a Dios

Lo que viene después del desayuno es una escena intensa, íntima y pública a la vez. Por supuesto, Pedro está en el centro del escenario. Este discípulo que prometió dar su vida por Jesús, pero luego lo negó tres veces para salvar su propio pellejo, ahora tiene una conversación que pondrá en evidencia su lealtad y amor como creyente.

 

Jesús no cuestiona los motivos que Pedro tuvo para negarlo, ni tampoco lo aborda por la incongruencia entre sus promesas y sus acciones. En cambio, le hace una pregunta aún más profunda: “¿Me amas?” (v. 15). Lo que golpea el corazón de Pedro –y también el nuestro– no es la forma o las palabras que Jesús usa, sino la insistencia de su pregunta: “¿Me amas más que estos?… ¿me amas?… ¿me quieres?”.

De igual manera, el Señor nos pregunta hoy con insistencia: ¿Me amas? Nuestros fracasos no nos han descalificado para ser receptores de la gracia de Dios, pero el camino hacia la restauración, que es por gracia, involucra nuestro regreso al primer amor (cp. Ap 2:2-5).

Restaurados para servir a Dios

La verdad del evangelio –esta buena noticia sobre la gracia y la restauración que viene de Dios– no solo representa un motivo de gozo para el alma humana, sino también una motivación poderosa para la vida cristiana.

El amor que Pedro confesó tres veces ante la pregunta de Jesús, se debía manifestar de manera visible: “¿Me amas? Entonces, pastorea a mis ovejas” (cp. Jn 10:1-18).

Al igual que este discípulo, tú y yo no fuimos restaurados por Dios para que sigamos viviendo para nosotros mismos. Más bien, ¡fuimos rescatados de vivir para nosotros mismos, para que ahora vivamos para Dios!

Somos restaurados para servir a Dios y nuestros mayores fracasos jamás podrán descalificarnos para ser receptores de su gracia ni para llegar a ser instrumentos en sus manos. La historia de la redención nos recuerda esta verdad constantemente: Moisés fue un asesino, David fue un adúltero, Rahab fue una ramera, Jacob fue un mentiroso, Pablo fue un perseguidor de la iglesia y Pedro negó a Jesús tres veces.

Sigue a Jesús

Si en medio de tu fracaso el Señor abrió tus ojos y has dado frutos de arrepentimiento verdadero, y has recibido su gracia restauradora, entonces tu vida debe caracterizarse por el amor genuino y servicio fiel. Aunque Satanás quiera condenarte y tu prójimo te juzgue por tus fracasos, puedes encontrar aliento y esperanza en la gracia de Dios. Por eso se llama gracia: ¡un regalo que no merecemos!

Después de haber sido restaurado por Jesús y encomendado para servir, Pedro también recibió un adelanto de su muerte (Jn 21:19). Al oír esta nota inesperada, Pedro miró a Juan, el discípulo amado, y le preguntó a Jesús: ¿Y a este no le vas a decir nada? (v. 21). Como quien dice: “Si me anuncias la muerte a mí, hazlo también con él”. Pero la respuesta de Jesús es directa y reveladora: “Si yo quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué?” (v. 22).

Al ser restaurados para servir, nuestras vidas se verán de maneras distintas. Algunos posiblemente sean restituidos, otros posiblemente no. Algunos podrán regresar a lo que hacían antes, y otros posiblemente no. ¿Es esto justo o injusto? La respuesta de Jesús es: “Tú, sígueme” (v. 22). Dios es soberano. No te compares con otros discípulos. Permite que Dios obre su perfecta voluntad en tu vida. Deja que Él te restaure y te use como Él quiera, en el contexto que Él quiera, desde el lugar que Él quiera, según la medida de su poder y gracia restauradora.

 

Este artículo fue escrito por Fabio Rossi , y fue publicado originalmente en Coalición por el Evangelio. Para más artículos y contenidos como este, visita www.coalicionporelevangelio.org

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