Así se denomina este fenómeno en el original griego. No sólo corresponde a palabras que parcial o totalmente quedan más allá del control de quien habla, sino que corresponden a una lengua desconocida para el orante en condiciones normales. En esta ocasión del Pentecostés, los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas (griego: “Lalein heterais”, bajo la dirección del propio Espíritu Santo (Hechos 2:4)), de modo que muchos de los judíos de la dispersión allí presentes con motivo de la festividad, quedaron atónitos al oír alabar a Dios en las lenguas de sus tierras nativas (verso 9 ss.) … [esto] está también relacionado con la maldición de Babel (Génesis 11.1-9), incluso puede en ello verse la señal inicial de la nueva era, semejante a los setenta idiomas en los que se dio la Ley en el Sinaí, según la tradición del “Midrash”, en Tanjum (26 a.C.)
La promesa de “hablar nuevas lenguas” (griego: “glossais kainais”) se menciona en Marcos 16:17, de labios del propio Señor Jesús, como señal de quienes pongan su fe en Cristo. En este sentido, obsérvese que la promesa no es limitada ni en el tiempo, ni en sus receptores. De modo que frente a las objeciones de quienes ven “las lenguas” como señal inicial en la Iglesia del primer siglo, han de rendirse a la evidencia de que antes bien es señal inicial para “quienes
creen”, sin limitación alguna en el tiempo. (Marcos 16:17). Así lo vemos realizado en los primeros conversos de entre los gentiles (Hechos 10:44-46; 11:15). También lo apreciamos como manifestación inicial de la unción del Espíritu (bautismo) entre los conversos samaritanos (Hechos 8:18). Así es también el caso de los creyentes que formaban aquel grupo aislado de discípulos en Éfeso, que pudieran ser de los más primitivos discípulos creyentes en Cristo, quienes no habían tenido noticia de la experiencia del Pentecostés; y a éstos vemos también hablando (alabando) en lenguas cuando el Espíritu Santo viene sobre ellos (Hechos 19:6).
En cada uno de estos casos, vemos la manifestación espontánea de la “glossolalia” como una evidencia sensible (ver y oír) de la repetición del bautismo de poder experimentado en el Día de Pentecostés. La “glossolalia” entre los creyentes de las congregaciones de la iglesia de Corinto la vemos con una clara diferenciación entre lo que es la alabanza en lenguas, como evidencia inicial del bautismo del Espíritu Santo, y el “don de lenguas”, propiamente dicho. En Jerusalén, como en Cesárea y en Éfeso, todos aquellos sobre quienes desciende la unción, rompen en alabanza al Señor en lenguas nuevas, mientras que en Corinto vemos que se habla de don específico de las lenguas cuando se dice implícitamente que no todos lo poseían (1ª Corintios 12:10,30).
Así pues, hemos de distinguir entre la evidencia inicial de la alabanza en lenguas y el don propiamente dicho, que generalmente va acompañado del don de interpretación, lo que permite que algo que en principio sería sólo para edificación personal, pase a ser para beneficio de todo el cuerpo (iglesia) (1ª Corintios 14:27, 28). Es por eso que también resulta necesario considerar que en la experiencia del Día de Pentecostés, las “lenguas” fuesen comprendidas por el políglota auditorio al que iban destinadas, mientras que en el caso de Corinto se hace necesario el don complementario de la interpretación, según ya hemos aludido (1ª Corintios 14:5, 13, 27). Y es que sólo en el caso específico del Día de Pentecostés, que nos ocupa, se hace referencia a lenguas extranjeras, mientras que en todos los demás textos donde se hace referencia al fenómeno de la “glossolalia”, por el texto y el contexto de los respectivos pasajes, se desprende que se trata de manifestaciones orales (alabanza y oración) inspiradas por el Santo Espíritu, y que el creyente emplea primordialmente para alabar a Dios, más allá de la propia comprensión y el propio conocimiento del hombre (ver Hechos 2:11; 10:46, 1ª Corintios 14:2, 14, 17, 28) (…) para la comprensión de estas lenguas no basta con una proficiencia lingüística, sino un don específico de Dios…, dando por resultado que las lenguas interpretadas sean equivalentes a la profecía.
La propia forma griega del verbo “interpretar”, que en el resto del Nuevo Testamento tiene el valor de “traducir”, “verter”, -con la excepción de Lucas 24:27, donde se traduce en nuestra Biblia Reina-Valera por “declarar”, nos muestra que las lenguas hemos de considerarlas como “lenguas especiales”, sin características generalmente humanas, sino que son de la directa inspiración del Espíritu Santo para fines de adoración, alabanza y señal a los incrédulos (1ª Corintios 14:22);
mientras que cuando son interpretadas pasan a adquirir un valor adicional de edificación profética para los creyentes, instruyendo, exhortando, amonestando y consolando. Es menester, no obstante, ser sinceros para reconocer que los creyentes de Corinto llegaron a abusar de la “glossolalia”, hasta el punto de provocar que Pablo les escribió pidiéndoles que limitarán estrictamente el ejercicio de dicha práctica en público (versículos 27 y 28), enfatizándoles Pablo el valor superior de la profecía para toda la iglesia (versos 1 y 5).” (Yebra, 2013, pp.15- 17)
Referencias Bibliográficas
- Yebra, J. Pr. (2013). Los Hechos de los Apóstoles. Un comentario exegético- descriptivo. Comunidad Cristiana Eben- Ezer de Vallecas-Villa. Pp. 15-17
- Curso NTS202 -Hechos de los Apóstoles- Universidad Cristiana Logos -UCL-
- Apuntes del Profesor José Juan Sosa Morales