La Sangre de Cristo

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La sangre que Jesucristo derramó en la cruz fue su vida dada en precio del rescate por nosotros los pecadores ¡su valor es infinito! La palabra que expresa esto en la Biblia es: expiación (el pago de las culpas) Dios había enseñado en el Antiguo Testamento por medio del sacrificio de corderos que la sangre era importante para tratar con los pecados, y que mandaría “Su Cordero” “al Cordero de Dios” que quitaría el pecado del mundo con la suya.

Por tanto tiene que ver con nuestra posición delante Dios y el asunto del pecado; como dice 1ª de Juan 1:7 “…y la sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo pecado” una vez que hemos creído en Cristo y hemos aceptado la Sangre que derramó en la cruz por el pago de nuestras culpas, estamos limpios para acercarnos a Dios con con­fianza. Y siempre que nos acerca­mos a El, día a día, es en base a esa Sangre, nunca en base a nuestros méritos.

Luego ha de tratar nuestra culpa, tran­quilizando nuestra conciencia culpable por la demostración del valor de aquella sangre. Hebreos 9:14 “¿Cuán­to más la sangre de Cristo… limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Nuestra culpabilidad enturbia nuestra concien­cia impidiéndonos servir a Dios con liber­tad en Su Obra) El conocimiento de ese valor infinito de la Sangre del Hijo de Dios, nos garantiza que TODOS los pecados son limpiados por ella y nuestra con­ciencia queda libre de ese peso para servir a Dios con libertad.

También los ataques del enemigo deben ser enfren­tados y sus acusaciones contestadas con esa sangre. (Apoc. 12:10-11) “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero…”

Satanás es “el gran acusador”. Nos acusa de pecados pasados y presentes, reales o irreales tratando de hundir­nos en el fango, de hacernos miserables. Allí le vemos en el Libro de Job, acusan­do a éste delante de Dios, y a lo largo del libro a través de “sus amigos”. Job trata desesperadamen­te de defenderse, pero se ve envuelto en un torbellino sin fin de acusacio­nes y defensas. ¡No podemos luchar contra el “acusador” con argumen­tos!  ¡Debemos defendernos confiando en el valor de la Sangre de Jesu­cristo!

No hay nada más importante que conocer al Señor y su gracia, ¿Pero no le conocemos ya? Sí, gracias a Dios que le conocemos, pero debemos seguir conociéndole, el apóstol Pedro nos lo dice así:

“Antes bien, creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” 2ª de Pedro 3:18

¡Conocer al Señor y su gracia! ¡Qué maravilla, no hay nada igual! Ir descubriendo lo que El hizo para nosotros en cuanto al perdón, esa sangre preciosa que nos limpia día a día de todo pecado, como nos lo dice Juan:

“… y la sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo pecado”

1ª de Juan 1:7

¡Como nos molestas nuestros pecados! Queremos ser perfectos, no herir a nadie, vivir como Jesucristo, pero ¡no podemos! Esto nos crea mala conciencia, nos impide “entrar” con libertad y confianza a la presencia de Dios, disfrutar de la compañía de nuestro Padre Celestial. Y sufrimos, nos dolemos y hasta nos “castigamos” nosotros mismos. ¿Qué nos pasa? ¿Qué es lo que falla? Nosotros tenemos que aceptar y comprender lo que Dios ya sabe, ¡Que vamos a seguir fallando! Por eso ha provisto una maravillosa fuente de limpieza en la sangre de su Hijo, nunca podremos entrar en Su Presencia de otra manera, por otro camino, solamente por medio de la sangre de Jesucristo. No, no podemos limpiarnos a nosotros mismos haciendo no se qué cosas buenas, ni tampoco podremos mantenernos limpios en nuestra buena conducta y en nuestras buenas obras, ¡Dios ya sabe esto! Pero nosotros no, y nos cuesta aprenderlo, pero cuanto antes lo aprendamos mejor, menos sufriremos. Sólo la sangre de Jesucristo nos limpia de TODO pecado, nos deja como si nunca hubiéramos pecado, así podemos disfrutar de una verdadera comunión con Dios, nuestro Padre.  AsÍ lo atestigua el escritor de la epístola a los Hebreos:

“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en e lugar santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que El nos abrió…”

Hebreos 19-20

Dios no acepta que nadie entre en su presencia de otra manera, por otros medios, por otro camino. Ni buen comportamiento, ni buenas obras, ni clases sociales, ni razas, ni colores, ni dinero. Sólo hay un camino y este es Jesucristo, su sangre derramada. Yo hace ya 40 años que me entregué al Señor y sigo aprendiendo esta lección tan importante, sigo experimentando que si trato de entrar en oración a la presencia de Dios apoyándome en “mis méritos” en la “buena conducta” de los últimos días, en que he testificado o he hecho “algo bueno” para la obra de Dios, ¡no tengo libertad, no se abre la puerta! Pero si digo: “Señor, no he sido digno antes ni lo soy ahora, pero vengo a ti descansando en el valor de la Sangre que derramó tu Hijo Amado en la cruz del Calvario” ¡Esto es otra cosa! Todas las nubes negras de mi pensamiento, de mi conciencia, se deshacen, desaparecen. Las puertas del Cielo se abren de par en par y siento en mí Su presencia llenándolo todo. Puedo decirle: ¡Padre! Sin trabas ni problemas. Hay confianza en mi oración de que El me ha escuchado y salgo de Su presencia con el gozo de haber estado en el mismo Cielo.

Pero esto ha de repetirse cada día, y yo debo aprender a confiar y descansar en la Sangre de Jesucristo para todo, para limpiar mi conciencia del peso de “obras muertas” que muchas veces me impide servir al Dios Vivo, trayéndome el recuerdo de cosas que he hecho mal. A eso nos anima el autor de la epístola a los Hebreos 9:14

“¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios Vivo?

¿Por qué tiene tanto valor la sangre de Jesucristo? Esa sangre representa Su vida dada por nosotros, una vida perfecta, sin mancha como nos dice el texto de Hebreos citado arriba. Es la vida del Hijo de Dios, una vida de valor infinito y sumamente perfecta. Recuerdo que le pregunté a un querido hermano cuando yo empezaba mi carrera cristiana: ¿Cómo es posible que sólo una vida, la de Cristo, pueda valer para salvar tantas vidas? El me contestó con otra pregunta: ¿Qué piensas que tiene más valor, una naranja totalmente sana o millones completamente podridas? Aquella respuesta me ayudó y me aclaró definitivamente mis dudas. Como hombre Jesús vivió una vida sin mancha, en obediencia y dependencia al Padre de tal manera que el Padre dijo de El lo que no pudo decir de ningún otro hombre:

“Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” Mateo 3:17

Hay en la Palabra de Dios muchas más cosas mencionadas que Cristo logró con su sangre, no las hemos anotado aquí; pero nos gustaría que nos compartieras algo de las victo­rias de Cristo por medio de su sangre derramada si tú lo has visto. Nos lo puedes escribir en un papel aparte y nos lo mandas en el próximo envío.

 

Referencias Bibliográficas

  1. José Luis y Feliciano Briones Cursos Bíblicos Apartados 2.459 28080 MADRID
  2. correo: cursosbiblicos2000@yahoo.es

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