El crecimiento de una iglesia no solo se mide en número de asistentes, sino en la madurez espiritual y el liderazgo efectivo dentro de la congregación. En este sentido, surgen dos enfoques fundamentales para la formación cristiana: el discipulado y la educación formal. Ambos modelos tienen su base en principios bíblicos, pero ¿cuál es el mejor para fortalecer la iglesia?
El discipulado: Crecimiento espiritual en la cercanía
El discipulado es un modelo que encontramos desde los tiempos de Jesús, quien formó a sus seguidores en la vida cotidiana. La Escritura nos enseña que el Señor invirtió tiempo en sus discípulos, les enseñó con su ejemplo y los preparó para la obra del ministerio: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19-20, RV1960).
Este modelo permite una formación más relacional y personalizada, en la que el mentor acompaña al nuevo creyente en su crecimiento espiritual. Vemos este principio en la relación de Pablo con Timoteo, a quien instruyó y formó en la fe: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:2, RV1960).
El discipulado es vital porque ayuda a los creyentes a aplicar la Palabra en su vida diaria y a desarrollar un carácter cristiano sólido. Sin embargo, aunque este modelo es poderoso para la transformación personal, puede quedarse corto cuando la iglesia crece y requiere una estructura más organizada para el liderazgo.
Educación formal: Un fundamento sólido para el liderazgo
Por otro lado, la educación formal ofrece una formación “sistemática” y “profunda” en la doctrina, historia y liderazgo cristiano. Las Escrituras resaltan la importancia del conocimiento: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15, RV1960).
El estudio formal y sistemático, permite a los líderes ser obreros aprobados, preparados para enseñar la sana doctrina y evitar las falsas enseñanzas. En la iglesia primitiva, Pablo dedicó tiempo a la enseñanza sistemática: “Por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor” (Hechos 19:10, RV1960). Este ejemplo nos muestra que la enseñanza organizada es clave para la expansión y consolidación del evangelio.
Cuando la iglesia crece, se hace evidente la necesidad de una formación estructurada para que los nuevos creyentes y líderes tengan bases doctrinales firmes. La Universidad Cristiana Logos proporciona programas diseñados para equipar a los creyentes con una preparación académica que fortalezca su llamado ministerial y los capacite para responder a los desafíos del mundo actual, te invitamos a explorar esa posibilidad.
Un equilibrio necesario
La elección entre discipulado y educación formal no debe verse como una competencia, sino como una relación complementaria. Un liderazgo fuerte necesita tanto la relación cercana del discipulado como la solidez doctrinal de la educación formal. Así como un constructor no solo necesita herramientas, sino también conocimiento técnico, un líder cristiano debe formarse en la intimidad del discipulado y en la profundidad de la educación teológica.
Pablo mismo era un hombre altamente instruido en la Ley, pero también un mentor que caminaba con sus discípulos. La combinación de ambos enfoques es lo que fortalece una iglesia y asegura que su crecimiento sea sólido y perdurable.
Conclusión
Si deseas que tu iglesia crezca con bases firmes, el discipulado es esencial y lo debes seguir trabajando en tu iglesia local; pero también es recomendable complementar este modelo con una formación estructurada que permita un liderazgo eficaz. La educación formal no reemplaza el discipulado, sino que lo refuerza y lo potencia.
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Por María del Pilar Salazar
Decana Académica
Univ. Logos
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