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Tag: Conquista

¿Qué dice la Biblia sobre la reconciliación? | Parte 1

La reconciliación con Dios

Nuestro modelo para la reconciliación es la reconciliación con Dios mediante Jesucristo. El primer capítulo de Génesis nos habla de la creación de Dios. Dios creó los cielos y la tierra. Dios vio que lo que estaba creando era ‘bueno’. Luego creó al hombre y a la mujer y los declaró ‘muy buenos’. Adán y Eva vivieron en la tierra de Dios siendo bendecidos por El (v. 28). La gente experimentó ‘shalom’ (la paz) con Dios, entre sí y con el medio ambiente. Sin embargo, Génesis 3 nos habla de que la buena creación de Dios se echó a perder por el pecado. La paz del jardín del Edén fue destruida. Se rompió la relación de la gente con Dios lo cual dio como resultado una ruptura de las relaciones entre la gente y entre ésta y el medio ambiente. Sin embargo, Génesis 3 nos habla de que la buena creación de Dios se echó a perder por el pecado. La paz del jardín del Edén fue destruida. Se rompió la relación de la gente con Dios lo cual dio como resultado una ruptura de las relaciones entre la gente y entre ésta y el medio ambiente. El resto de la Biblia es una historia del plan de Dios para restaurar su creación – para devolverle la buena relación con El. Isaías 9 profetiza la venida de Jesús. El versículo 6 lo describe como ‘Príncipe de Paz’. El Nuevo Testamento adopta la idea hebrea de shalom como una plenitud en la presencia de Dios. Shalom, o paz, proviene de la muerte de Jesús en la cruz. Colosenses 1:19-20 dice ‘Por cuanto agradó al Padre que en El habitase toda plenitud y por medio de El reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz’. Jesús devuelve a la gente la buena relación con Dios, con ellos mismos, y con la creación como un todo. Apocalipsis 21:3-4 nos dice que en el cielo Dios morará con ellos y ‘ya no habrá muerte, ni habrá más llanto ni clamor, ni dolor’.

La reconciliación con los demás

Los cristianos deberían comprometerse a reconciliar a la gente con Dios. En Corintios 5:18-20 Pablo nos dice que Dios nos ha dado el ministerio de la reconciliación. Nos llama ‘embajadores de Cristo’ para compartir el mensaje de reconciliación con los demás. Este es nuestro llamado a dar testimonio a los que aún no están reconciliados con Dios por medio de la cruz. En la Biblia, la reconciliación con los demás acompaña la reconciliación con Dios. Nuestra respuesta a la gracia salvadora de Dios se expresa a través de nuestra respuesta a los demás. La Biblia muestra que la ruptura de las relaciones es la causa de la pobreza, la marginación y el conflicto. Vivimos en un mundo donde la rebelión contra Dios ha dado como resultado el egocentrismo que, a su vez, origina la exclusión, falta de confianza, codicia e injusticia. El propósito de Dios es la reconciliación y la comunidad. Hay muchos pasajes en el Nuevo Testamento donde se enfatiza la unidad cristiana; además, se proporcionan pautas sobre cómo vivir en paz con los demás.

Bienaventurados los pacificadores

En Mateo 5:9, Jesús les dice a sus discípulos ‘Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios’. La construcción de la paz es un aspecto esencial del carácter cristiano. Ponga atención a la palabra pacificadores (hacedores de paz). La paz tiene que ser hecha. No es algo que simplemente sucede. Es interesante que nuestra naturaleza pecaminosa nos hace destructores de la paz. Esto se ve en el mundo actual tanto como en la época de Jesús. Debido al pecado la gente rompe la paz con demasiada facilidad lo que puede ser por guerras a gran escala, conflictos destructivos entre los individuos y, lamentablemente, conflicto dentro de las iglesias o entre ellas. Mediante la sangre de Cristo se restaura la relación de la gente con Dios. Pero en estos versículos de Mateo 5, Jesús también muestra su preocupación por la sanidad en la sociedad. El quiere ver la restauración de las relaciones entre la gente y supone que los cristianos serán pacificadores, lo que significa que deberían hacer la paz entre ellos. Los cristianos también tienen un rol en la creación de oportunidades para que los no creyentes en conflicto se encuentren y se reconcilien. Proporcionando oportunidades para la reconciliación podemos reconciliar el poder del evangelio en forma visible lo cual requiere que nosotros mismos estemos reconciliados con Dios. También significa que hay que resolver el conflicto de la iglesia. Este fue un problema en los comienzos de la iglesia y aún lo es en la actualidad. La resolución de los conflictos entre los cristianos asegura que:
  • Estamos actuando en la forma en que Dios quiere que lo hagamos
  • Nos podemos identificar con los demás en el conflicto porque sabemos que nosotros mismos lo experimentamos
  • No se nos acusa de ser hipócritas
  • Los no creyentes pueden ver cómo los cristianos trabajamos juntos en armonía
  • Llevamos a las personas a Jesús para que ellas se reconcilien con Dios.

Identidad y unidad

En general, la gente con la cual nos relacionamos mejor es aquélla con la que tenemos algo en común. Dios hizo al hombre y a la mujer a su imagen, pero nos hizo únicos. En el mundo no hay dos personas completamente iguales, todos tenemos una identidad diferente que, en parte, se debe a características heredadas, tales como el grupo étnico al que pertenecemos. También puede ser moldeada por la gente con la cual pasamos nuestro tiempo o en el lugar de trabajo. Es posible que nos sea más fácil llevarnos bien con los de nuestro mismo grupo étnico, familia, grupo del mismo idioma, edad o género, o con los que tenemos intereses comunes, tales como el deporte o la música. Dios ama la idea de grupos, tales como la familia y los grupos étnicos. El deseo de pertenecer a un grupo es parte de nuestra naturaleza humana creada por Dios. Lamentablemente, a menudo, en vez sacar provecho de la identidad de grupo se hace mal uso de ella. Cuando dos grupos están en contacto a menudo son sus diferencias las que se enfatizan. Con frecuencia también se usa la identidad de grupo como una excusa para el conflicto o para ocultar otros problemas. Sin embargo, la Biblia nos dice que Jesús es capaz de unir a la gente de diferentes grupos y darles una identidad común. Los términos familia, comunidad y nación se usan todos en la Biblia para describir el grupo de creyentes (ver Gálatas 6:10, Hebreos 2:11, 1 Pedro 4:17, Génesis 28:3, Génesis 12:2, Génesis 18:18, Deuteronomio 26:19, 1 Pedro 2:9-10). Universidad Cristiana Logos - Tu pasión, nuestra misión! Visítanos >>>> https://universidadcristianalogos.com/

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LA CERTEZA DE LA FE

Libro: PALABRAS CLAVE DEL NUEVO TESTAMENTO, Dr. H. J. Jager Un caso de muerte repentina nos puede poner, súbitamente, ante esta pregunta  «¿Cuál  es tu úni­co consuelo, tanto en la vida como en la muerte?» El mismo Catecismo de Heildelberg,  nos da esta res­puesta: «Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la  muerte (Rom. 14:8), no me pertenezco a mí mismo (1 Cor.·6: 19), sino a mi fiel Salvador Jesucristo (1 Cor. 3:23; Tít. 2:14), que me libró de todo el poder del diablo (Heb. 2:14; 1 Jn. 3:8, Jn. 8:34- 36), satisfaciendo enteramente con su precio­sa sangre por todos mis pecados (1 Pe. 1:18-19; 1 Jn. 1:2; 2:12), y me guarda de tal manera (Jn. 6:39; 10:28; 11 Tes. 3:3; 1 Pe. 1:5) que sin la voluntad de mi Padre celestial ni un solo cabello de mi cabeza puede caer (Mt. 10:30; Le. 21:15)°, antes es necesa­rio que todas las cosas sirvan para mi salvación (Rom. 8:28). Por eso también me asegura,  por su Espíri­ tu Santo, la vida eterna (II Cor. 1:22; 5:5; Ef. 1:14; Rom. 8:16) y me hace pronto  y aparejado para vi­ vir en adelante su santa voluntad» (Ct. de Heildelberg. Dom. 1). En esta contestación se confiesa que nuestro único consuelo es ser posesión de nuestro fiel Salvador Jesucristo. Sin embargo, ¡con cuánta dificultad nos expresamos sobre este asunto!  Si alguna vez se pudiese hacer una encuesta acerca de la certeza de la fe, no me sorprendería que en muchos se diese más duda que certeza. ¿Cómo se­ ría esto posible? ¿Por qué falta en tantos esa go­zosa y pacífica certeza del salmista?: «Jehová es mi pastor; nada me faltará» (Sal. 23:1). ¿Cuál es la causa de que en muchos prevalezca la duda? ¿Y por qué muchos no se atreven a decir con el apóstol Pablo: «Estoy seguro de que ninguna cosa nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro»? ( Rom. 8:38-39). Cualquiera que pueda ser el origen de ello, es­ pero estemos de acuerdo en una cosa,  a saber: que la culpa no estriba en el SEÑOR, nuestro Dios.  Sé muy bien que en círculos bastante amplios se le censura a Dios, argumentando como disculpa: «La certeza es algo que ha de dársele al hombre»; o «El hombre tiene que volver a nacer»; o «Si no soy elegido, tampoco puedo cambiar en nada.» Con estas y otras excusas, realmente se echa la culpa a Dios de la propia duda e incertidumbre; aunque, es verdad, nadie se atreva a decirlo abier­tamente. Estaremos de acuerdo en que tal manera de hablar es impía, y que hemos de guardarnos de ella. Cuando el Señor Jesús encuentra duda e incre­dulidad en sus discípulos, se lo recrimina, dicien­do: «¿Por qué dudaste»? (Mt. 14:31 ); o: «¿Cómo  no tenéis fe?» (Me. 4:40), o: «No seas incrédulo» (Jn. 20:27).  No; lejos de nosotros esté el poner a la cuenta del SEÑOR nuestra incredulidad, poca fe y duda. Pablo diría: ¡Eso nunca! Tampoco tenemos que echar la culpa al diablo. No digo que el maligno no tenga intervención cuando la duda y la incredulidad se multiplican en la iglesia. Pero esto no nos exime de nuestra pro­pia culpa. ¿Por qué preferimos escuchar al padre de mentira, antes que a la ver dad de Dios? Tampoco debemos echar la culpa a la tradición, a la predicación, a la educación, a nuestra predis­ posición y a nuestro carácter. Es verdad que todas estas cosas tienen influen­cia. Igualmente es verdad que para muchos se pueden traer a colación circunstancias atenuantes, y que el SEÑOR las tendrá en cuenta. Hay ovejas del rebaño de Cristo, a las que se tiene enflaquecidas por una dirección y formación no escriturísticas. La responsabilidad de tales embauca­ dores y educadores es más grande que la de las ovejas, las cuales han sido de tal modo pastoreadas y ali­ mentadas que están raquíticas. Pero todo esto, sin embargo, no quita que la duda y la incredulidad nos hagan responsables ante Dios, y que sea nuestra propia culpa cuando, rodeados  por  los  tesoros de la gracia de Dios en Cristo Jesús, no sabemos si somos propiedad de El. No disculpemos nunca la duda y la incredulidad. La duda es incredulidad. Cuando ponemos algo en duda, es que no lo creemos. El apóstol Santiago coloca frente a fren­te la duda y la incredulidad. En el cap. 1, v. 6, es­cribe. «Pero pida (sabiduría) con fe, no dudando nada». La duda fluye de un corazón incrédulo; y la incredulidad hace a Dios mentiroso. Nadie se atreva a decir que esto último no sea pecado. Pues bien, por la misma razón nadie ha de decir que la duda y la incredulidad no sean pecado. Si dudamos, si somos de poca fe, si somos incrédulos (todo esto viene a ser lo mismo), entonces pensamos raquítica­ mente de la gracia  de Dios, nos  fiamos  muy  poco de la gracia de Dios,  y  no confiamos  en  la  gracia de Dios. La gracia de Dios es incomensurable e incom­prensiblemente grande, y supera en gran medida a todo lo que se encuentra en el mundo de los hom­bres. La gracia de Dios es y continúa siendo el fundamento de la salvación para el  impío.  Pero  también  lo  es para el creyente. La justificación del impío no es sim­plemente un estadio inicial del cual, más tarde, salimos a flote. Que Dios absuelve la culpa y el castigo a  los  impíos, y les dé derecho a la vida eterna, esto -digo- continúa siendo el 'ancla del alma' (cf. Heb. 6:9), hasta en la hora de la muerte. El único f-undamento de la salvación es, pues, que Dios nos amó, y que Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por los hombres pecadores,  y que  el Espíri­ tu Santo nos dio y nos da Su comunión con El por gracia. Una y otra vez hemos de  buscar  la  vida  y la salvación fuera de nosotros, es decir, en Jesucristo, por medio de la fe. Y donde esto no se verifica, allí se viene a caer siempre en el terreno pantanoso de  la duda. - - - - - - Universidad Cristiana Logos - Tu pasión, nuestra misión! Visítanos >>>> https://universidadlogos.com/    

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La reconciliación con Dios

Nuestro modelo para la reconciliación es la reconciliación con Dios mediante Jesucristo. Nuestro modelo para la reconciliación es la reconciliación con Dios mediante Jesucristo. El primer capítulo de Génesis nos habla de la creación de Dios. Dios creó los cielos y la tierra. Dios vio que lo que estaba creando era ‘bueno’. Luego creó al hombre…

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