Cuidar la creación: una expresión de obediencia y adoración

cuidar la creacion una expresion de obediencia y adoracion

Cada 5 de junio, el mundo conmemora el Día del Medio Ambiente. Para muchos, es una fecha más en el calendario; pero para los creyentes, debería ser un recordatorio sagrado: la tierra que habitamos no nos pertenece, le pertenece a Dios. Nuestra relación con ella no es meramente utilitaria, sino profundamente espiritual. Fuimos llamados a ser mayordomos, no dueños. Cuidar la creación es, en esencia, obedecer al Creador.

Desde los primeros capítulos de la Biblia, se nos revela un Dios que da forma al universo con sabiduría y propósito. En Génesis 2:15 leemos: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (RV1960). Este mandato no fue simbólico ni secundario; fue una encomienda directa. El verbo hebreo shamar —“guardar”— implica proteger, vigilar con esmero, preservar lo que ha sido confiado. Adán no fue puesto en el huerto para explotarlo, sino para cultivarlo con reverencia, respetando su armonía y belleza.

Sin embargo, muchas veces la espiritualidad se ha limitado al ámbito personal o eclesial, dejando de lado la dimensión terrenal del Reino. Pero la redención de Dios no excluye a la creación; al contrario, la incluye en su plan restaurador. “Toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Romanos 8:22, RV1960). La contaminación de los ríos, la extinción de especies, el cambio climático: todo esto es parte del clamor de una tierra herida, que anhela la manifestación de los hijos de Dios.

Ser ciudadanos del Reino implica actuar como embajadores de los valores del cielo… aquí en la tierra. Jesús lo ilustró en la parábola de los talentos (Mateo 25:14-30): cada siervo recibió algo para administrar, y al regreso del señor, se le pidió cuentas. ¿Y si aplicamos este principio a nuestra relación con la naturaleza? ¿No exigirá el Señor una rendición de cuentas por lo que hemos hecho —o dejado de hacer— con su creación?

Algunos piensan que el mundo será destruido y que, por tanto, no importa lo que pase con él. Pero esta es una visión incompleta. La Escritura declara: “…y de destruir a los que destruyen la tierra” (Apocalipsis 11:18, RV1960). Dios no es indiferente al daño ecológico. Él juzga con justicia. Como lo afirma el Salmo 24:1: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (RV1960). No somos propietarios, sino administradores de algo sagrado.

Este llamado debería transformar nuestras rutinas diarias: ¿Cómo usamos el agua? ¿Cómo elegimos los productos que consumimos? ¿Qué hábitos promovemos en nuestros hogares e iglesias? La espiritualidad no es abstracta. Se refleja también en cómo tratamos a los árboles, los animales, el suelo, el aire. Honramos a Dios cuando cuidamos lo que Él ha declarado “bueno en gran manera”.

Incluso la ley mosaica incluye principios ecológicos. Dios instruyó a su pueblo a dejar descansar la tierra en el séptimo año: “Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposo para Jehová” (Éxodo 23:11, RV1960). Este mandato no solo tenía sentido agrícola, sino teológico: enseñaba a depender de la provisión divina y a respetar los ritmos de la creación.

Y no olvidemos que cuidar el planeta también es amar al prójimo. Las comunidades más vulnerables son quienes más sufren las consecuencias del deterioro ambiental: sequías, hambrunas, enfermedades. Ignorar esto es negarse a practicar el amor cristiano. “Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del menesteroso” (Proverbios 31:9, RV1960). La justicia ambiental también es justicia social.

Jesús mismo enseñó que los detalles no pasan desapercibidos ante los ojos de Dios: “Aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados” (Mateo 10:30, RV1960). Si nuestro Creador valora hasta lo más mínimo, ¿cómo no ver cada hoja, cada criatura, cada gota de agua como parte de su obra maestra? “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1, RV1960).

No se trata de adoptar una ideología ecologista desprovista de Dios, sino de redescubrir una teología de la creación. Como expresó Francis Schaeffer: “La contaminación y el deterioro de la naturaleza no son sólo problemas estéticos o técnicos; son reflejo del pecado humano que distorsiona todo lo que toca.” Arrepentirse también significa restaurar nuestra relación con la tierra, como parte del propósito redentor de Cristo.

Este 5 de junio, cuando el mundo habla del medio ambiente, la Iglesia tiene una oportunidad profética: recordar que cuidar la creación no es una moda pasajera. Es adoración en acción. Es volver al Edén en obediencia. Es preparar el camino para un cielo nuevo y una tierra nueva.

“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Génesis 2:15, RV1960).
Que estas palabras resuenen con más fuerza que nunca. Que la Iglesia de Cristo se levante como custodio de la vida. Porque la tierra aún gime… pero un día será redimida.

¿Estamos listos para rendir cuentas?
¿Oiremos entonces como dice Mateo 25:21: “Bien, buen siervo y fiel” ?

 

Por María del Pilar Salazar

Decana Académica 

Univ. Logos

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