En la unión entre la palabra humana y la divina, existe un misterio que hay que examinar para comprender mejor la naturaleza de la predicación. El misterio consiste en que lo divino se esconde bajo las cosas sensibles y sólo por la fe puede el hombre descubrir su presencia.
Este proceso recibe el nombre de ley de la encarnación. La predicación es una de esas mediaciones sensibles y, en cierto sentido, la más importante, porque es el fundamento de las otras. Es también un misterio de humildad, habida cuenta de que el vehículo sensible no sólo es frágil y débil, sino que no tiene nada de sublime, en atención al fin mismo que pretende: suscitar la fe de los hombres sin acepción y sin reparar en su condición. Es por eso que Dios se comunica al hombre usando una forma simple y popular, y no un estilo literariamente perfecto.
El misterio de la predicación es análogo al de los sacramentos, en especial el de la eucaristía. De manera similar a ésta, la predicación no es únicamente una acción de Cristo por el hecho de que en ella se oiga su voz, sino también porque se realiza en su nombre, en virtud de la misión recibida de él. De aquí surge también la obligación de predicar que pesa sobre la Iglesia. La legitimidad de la misión depende, entonces, de estar en comunión con los apóstoles y sus sucesores. La potestad formal y oficial de predicar se confiere al recibir la plenitud del Espíritu Santo en la consagración episcopal, previa verificación del cumplimiento de los requisitos escriturales de obispos, ancianos y diáconos; pero es necesario destacar que la facultad de predicar pertenece a la jurisdicción y no al orden, de ahí que el obispo pueda privar de ella a los ordenados y concedérsela a los que no lo están, sin que los ordenados pierdan por ésto el carácter y rango correspondiente a la ordenación. Volviendo a la ley de encarnación, surge la pregunta de por qué Dios ha querido hablar por medio de la palabra humana.
La razón de esto es la de comprender, dentro de los límites permitidos a la condición humana, quien es Dios y en que consiste su acción, cuando entra en contacto con el hombre. Éste sólo puede conocer lo divino a través de las cosas sensibles, de modo que Dios se adapta a esta intrínseca deficiencia humana para ayudar al hombre a entender lo que acontece en el orden sobrenatural, por medio de realidades sensibles que tienen cierta analogía con las suprasensibles. Responde así a la necesidad de ver y tocar a Dios, que aparece muy desarrollada en todas las religiones. Otro motivo por el cual Dios obra de esta manera es la discreción divina, su respeto a la libertad del hombre, ya que al manifestarse en toda su gloria y majestad no habría lugar a esta libertad. Frente al bien infinito no cabe libertad, mientras que por medio de una visión indirecta y velada, si bien se atenúa en algún grado la libertad, de ningún modo se elimina. Se puede reforzar lo anterior al verificar como la presencia de Dios en acontecimientos extraordinarios es objeto de temor para el hombre. Es por eso que, en general, los milagros del A.T. son más grandiosos y espectaculares que los del N.T. , debido a que Jesucristo trataba de impresionar lo menos posible al auditorio con los milagros, para dejarles plena libertad de decisión. Hay que decir que, de cualquier modo, la encarnación contiene un elemento de escándalo al realizar la unión y cooperación de dos elementos, el divino y el humano, que en la mente del hombre se conciben como distintos e incomunicables, absurdo que debe ser superado antes de poder aceptar el cristianismo. En el propósito de comunicar todo esto al hombre, la palabra humana es el vehículo más indicado para conseguir el fin que Dios se ha propuesto y no puede ser sustituida. Así, la predicación entraña una cooperación entre dos causas inteligentes y libres: la principal, que es Dios y la instrumental, que es el hombre; sin que el influjo de la principal exima a la instrumental de su responsabilidad.
¡Tú pasión, nuestra misión!
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