Cada 8 de junio, el mundo detiene su marcha para conmemorar el Día Mundial de los Océanos, una fecha que nos recuerda cuánto dependemos del mar para vivir: regula el clima, alimenta a millones, produce oxígeno y conecta continentes. Pero más allá de su función biológica y ecológica, los océanos tienen un profundo valor espiritual. Desde la fe cristiana, los mares no son solo cuerpos de agua, sino escenarios divinos donde se manifiestan la soberanía, el juicio, la redención y la esperanza de Dios.
El mar en el principio: Dios pone límites al caos
En el relato de la creación, el mar aparece bajo el control absoluto del Creador. “Y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que era bueno” (Génesis 1:10, RV1960). Mientras que muchas culturas antiguas temían al mar como una fuerza caótica e indomable, la Biblia nos muestra que el mar no es un rival de Dios: es parte de su diseño, sometido a su voz.
Así lo afirma también el libro de Job: “Y establecí sobre ella mi decreto, le puse puertas y cerrojo, y dije: Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante, y ahí parará el orgullo de tus olas” (Job 38:10-11, RV1960). Dios no necesita batallar contra el mar como si fuera una deidad pagana. Él simplemente ordena… y el mar obedece.
El mar como juicio y redención
Tras la caída del ser humano, el mar también se convierte en instrumento de juicio. El diluvio universal (Génesis 6–8) no es una catástrofe natural, sino un acto de justicia divina: las aguas, creadas por Dios, se usan ahora para limpiar la tierra del pecado, mientras Noé y su familia son preservados por gracia.
Más adelante, el mar se convierte en símbolo de liberación. En Éxodo 14, Dios abre las aguas del Mar Rojo para que su pueblo escape de la esclavitud. Las mismas aguas que salvan a unos, destruyen a otros. “Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar… y las aguas quedaron divididas… teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda” (Éxodo 14:21-22, RV1960). El mar es testigo mudo del poder que salva y juzga.
El mar en los evangelios: fe que camina sobre las aguas
Jesús no rehúye al mar. Lo atraviesa, lo calma, lo camina. En Mateo 8:26-27, cuando los discípulos tiemblan ante la tormenta, Él reprende al viento y al mar, y se hace gran bonanza. La pregunta que surge en sus corazones resuena aún hoy: “¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?” (RV1960).
En otra escena inolvidable, Jesús invita a Pedro a caminar sobre el mar (Mateo 14:29-30). Mientras su mirada está en Cristo, Pedro camina. Cuando el miedo lo domina, comienza a hundirse. El mar, entonces, es metáfora de nuestra vida: incierta, profunda, a veces agitada. Pero la mano de Jesús sigue tendida, lista para sostenernos.
El mar en la poesía y la adoración bíblica
Los salmos celebran el dominio de Dios sobre el mar como parte de la liturgia del pueblo. “Jehová en las alturas es más poderoso que el estruendo de las muchas aguas” (Salmo 93:4, RV1960). En el Salmo 107, los marineros que enfrentan tormentas claman a Dios, y Él “hizo cesar la tempestad, y sus ondas se apaciguaron” (v. 29). Los océanos no solo hablan de Dios, sino que responden a Él.
Isaías también evoca esta imagen cuando dice: “Tú eres Dios que abre camino en el mar, y senda en las aguas impetuosas” (Isaías 43:16, paráfrasis). La historia bíblica está salpicada de mares que se abren, calman o testifican de la gloria divina.
El fin del mar: Apocalipsis y la nueva creación
Al final de la Escritura, Juan tiene una visión donde “el mar ya no existía más” (Apocalipsis 21:1, RV1960). ¿Acaso significa esto que los océanos desaparecerán en la nueva tierra? No necesariamente. Muchos intérpretes ven aquí un símbolo: el mar, como imagen de caos, amenaza y separación, ya no tendrá lugar en el mundo renovado por Dios. La paz será total. La distancia entre Dios y la humanidad, abolida.
¿Cómo cuidamos hoy lo que Dios creó?
Aunque el mar obedece a Dios, el hombre muchas veces lo traiciona. Contaminación, sobrepesca, calentamiento global… son señales de una mala administración. Pero Dios nos confió la creación. “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Salmo 24:1, RV1960). Somos mayordomos, no propietarios.
Proverbios 12:10 afirma que “el justo cuida de la vida de su bestia”. Si esto aplica al trato de los animales, ¿cuánto más al equilibrio de los mares, hogar de incontables especies?
Cuidar el mar es honrar al Creador
Cuidar los océanos no es una postura política o moda ambientalista. Es una expresión de obediencia y gratitud. “Todo fue creado por medio de él y para él” (Colosenses 1:16, RV1960). Proteger lo que Dios ha hecho es testimonio fiel de que creemos en su señorío.
Una invitación desde la fe
En este mes de junio, cuando se hable del mar en los noticieros y redes sociales, los creyentes tenemos una voz distinta que aportar. No se trata sólo de ciencia o conservación, sino de redención y adoración. Los mares son testigos del poder divino, escenarios de fe y señales de juicio. Son reflejo del carácter de un Dios que da forma al caos y sostiene la creación con su palabra.
Que al mirar el mar, recordemos no solo su inmensidad, sino al Dios que lo llamó por nombre. Y que nuestra reverencia se convierta en acción.
Por María del Pilar Salazar
Decana Académica
Univ. Logos
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